Una curiosidad de los sueños es que no se aprenden. Nadie te enseña a soñar. Es un acto íntimo. Hablo de expectativas, que no ocurra como en la traducción de Grandes esperanzas.
Normalmente soñamos con eso de lo que carecemos o que hemos perdido.
Ani es otra aprendiz más del mercadeo de los anhelos, ella en un contexto particular. Vive de su juventud y de su cuerpo, de bailar y prostituirse para esos que tienen más (no necesariamente sobrados) y, rotos, expectantes, nihilistas, quieren acceder a ella. Solo se tiene a sí misma. Desde ese contexto sueña con salir del margen.
La soledad y el conflicto de clase permean todo el metraje de la porosa Anora, que trata sobre un ser alienado de modo brillante, pues elige para ello la fiesta del exceso y mucho humor, trabajando el drama desde el lenguaje cinematográfico. Una Leaving Las Vegas reluciente.
En el largo, chica pobre exhausta de sobrevivir conoce a niño rico aburrido de abundancia. Hamor real.
La oportunidad de su vida parece ser un Vanya superficial, frenético, deseoso ni sabe de qué porque no sabe soñar: nunca le hizo falta dedicarle tiempo a ese arte como tampoco madurar. Nihilista terrorífico, no genera amistades, no disfruta del sexo, no se cultiva, solo consume. Ani entra en su aritmética frenética.
La película dura demasiado sin que ello le reste tantos enteros como podría gracias a la cantidad de comedia que contiene. Jasper y Horace de Cruella (2021) parecen haberse reencarnado en Garnik e Igor pero dirigidos con malicia tarantinesca. Menudos mafiosos patanes nos brinda Baker primero en la mansión y después en la parte road movie urbana del tramo central.
La escena final conmueve al mostrar cómo da las gracias Ani, enraizándola a su pasado y parece también su presente... O quizá solo necesite dejarse llorar, permitirse ser vulnerable, soñar en horizontal para, desahogada y fortalecida, remontar.
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