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Antes del agosto negro, mi Santo y yo teníamos una vida. Hasta nos habíamos ido de vacaciones unos pocos días con mi familia, hablábamos de comprarnos una casa nueva, viajes al extranjero y más planes que no vienen al caso. Pero el 8 de agosto nos sobrevino la hostia del año: Ember y Ari se habían quedado en casa de mis suegros los días que estuvimos fuera, pero al llegar, el recibimiento fue totalmente inesperado: Ember se encontraba mal, vomitaba sin parar y se quejaba de lo que pensamos podía haber sido que se comiera unas hojas decorativas que mi suegra tenía por casa. Lo llevamos inmediatamente al veterinario, que le hizo radiografía y nos derivó a un hospital para ecografía. No había rastro de cuerpo extraño pero nos dijeron que los riñones los tenía como el culo. Pensábamos, por esas palabras, que no llegaría a Madrid. Siguiendo las recomendaciones, hicimos análisis de sangre (todo perfecto) en el veterinario primero, y después de orina (algo chunga la densidad).

Zitta

Restaron importancia al problema y dijeron que había que tratarlo de los riñones cuando volviéramos a Madrid. Lo llevamos varias veces y nos aseguraron que estaba bien. Sin embargo, Ember iba progresivamente dejando de comer y sintiéndose cada vez peor. Pocas veces ha estado enfermo y nunca, JAMÁS había dejado de comer porque sí. Además, le hacemos chequeos regularmente, por lo que una ERC no nos terminaba de cuadrar. Removimos cielo y tierra para buscar al menos piensos renales, consultamos con otra veterinaria que lo atendió, le administró fluidos y se quedó con cara de póquer al ver que no mejoraba. De un viernes al siguiente miércoles hubo que darle de comer con jeringa. Perdió más de un 15% de su peso. Nosotros, perdidísimos y sin coche en un pueblo en la montaña sin saber qué hacer ni si sobreviviría una noche más. El miércoles decidimos llevarlo a un hospital veterinario: tras las primeras pruebas, nos llaman para decirnos que la situación era crítica.

Al parecer, era una insuficiencia renal aguda (que no crónica) y sus posibilidades de supervivencia eran escasas. Una piedra en el riñón (que ya se había observado en Madrid y se había restado importancia) se había movido provocándole este fallo de los riñones. 48 horas ingresado para ver evolución y si no tira, pues habrá que plantearse cosas muy poco agradables.
Pero ahí estaba el tío, peleando a muerte junto con el equipazo que lo atendió en Mataró. Consiguieron estabilizarlo y salvarlo, pero nos recomendaron hacer seguimiento del pedrusco. Le va a dar problemas más adelante, dijeron. ¡Cuánta razón tenían!
Ya en Madrid, la cosa se siguió poniendo fea. El mes de septiembre lo estrenamos en su veterinario habitual que, tras la ecografía, determinó que la piedra no estaba ya en el riñón pero que el otro riñoncito tenía un quiste. Y Ember iba fluctuando anímicamente, así como sus analíticas. Pero seguíamos sin tratamiento prescrito.

De repente comía un día, pero apenas tocaba la comida los dos siguientes, se pasaba los días durmiendo o bien se despertaba alborotadísimo y animado. Una veterinaria a domicilio que vino un par de noches que lo veíamos peor nos recomendó un hospital exclusivo para gatos. También apuntó que el problema principal parecía más de tipo urinario que renal (gracias, Patricia). Así pues, pese a que nos cuesta muchísimo dejar a nuestros chicos en manos nuevas, el último viernes de septiembre y tras una noche toledana de cólicos, lo llevamos a este nuevo sitio.
La piedra que en verano estaba en el riñón ahora se encontraba alojada en el tramo final del uréter. Durante el mes de septiembre, había viajado todo ese trayecto hasta bloquear el tramo final. Ingresado de nuevo, le dieron algo más de 24 horas para ver si, con medicación, soltaba la piedra o bien se desobstruía. Finalmente fue lo segundo, y a Dior gracias porque ponerle un catéter era complejo y arriesgado.

Desde ese día ha recibido medicación para ver si al menos conseguía echarla en vejiga y así poder operar en un lugar menos arriesgado para su integridad. La medicación consistía en unas 6-7 pastillas diarias. No hace falta que comente más acerca del suplicio que ha supuesto esto para nosotros y en especial para el gato. Sin embargo, el 11 de noviembre nos dijeron que ya no iba a echar la piedra, que estaba muy atascada. Habría que esperar a una nueva obstrucción para poder operar.
Nosotros quisimos valorar otras opciones, así que lo llevamos el 16 de noviembre a otro hospital con buena fama para ver si había alguna posibilidad, por remota que fuera, de que la criatura no tuviera que pasar por ese trago.
No vieron la piedra por ningún lado.
Nos comentaron que había arenilla en el lugar donde anteriormente había estado la piedra, así que pienso urinary a tope con la cope. En la segunda revisión, el jueves pasado, tampoco se la vieron.

Y bueno, pensaréis que ya podemos estar más tranquilos pero…
1. Ya nos ha pasado alguna vez (de hecho varias) que no han sido capaces de ver la piedra pero seguía estando. Por eso queremos esperar a que nos confirmen en el hospital felino donde se la vieron por primera vez y se la han visto siempre antes de cantar victoria.
2. En el transcurso de esta odisea, se le han formado nuevas mineralizaciones en el riñón. O sea, que no estamos exentos de que ocurra de nuevo.
3. Las analíticas son muy cambiantes (exageradamente, de hecho) y sigue teniendo días malos, de no moverse apenas, de no comer una vez se le pasa el efecto de la pastilla del apetito, le siguen dando como náuseas a veces justo después de comer aunque no llega a vomitar… La veterinaria nos dice que si efectivamente no hubiera piedra, es posible que OTRA COSA MÁS esté provocando estas reacciones.
Mañana tenemos cita en el hospital felino. Deseadnos suerte, por favor. Hemos peleado con todas nuestras fuerzas y ahorros por él.